Clausura del Festival de Coyoacán (17/04/2005)

Si que estaba retiradón el sitio del evento, probablemente por mi solo hubiera dado con él pero a costa de perder muchísimo más tiempo del que empleamos, una amiga que fungió de guía y yo, para llegar finalmente. El lugar era básicamente un gran parque familiar por lo que abundaban las parejas y las familias con niños como público, la cosa definitivamente no se iba a decantar por ondas desmadrosas, ¡oh, qué lástima, manes del radicalismo pequeño burgués!

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Los actos abridores estuvieron muy bien, a pesar de no estar yo muy into esas cuestiones, ya que el primero fue un buen grupo de corte infantil, liderado por un agradable viejecito y una coneja animadora, que ejecutaron temas de buena manufactura instrumental que ponían en ambiente no sólo a los niños sino a los mayores; empiezo a sospechar, recordando lo habitual que se ve en el centro de Coyoacán, que por aquí hay un mercado floreciente de música infantil que no insulta su inteligencia y que me anima a buscar con mayor cuidado esas grabaciones. El segundo en estar en el escenario fue uno de los integrantes de una de las más tradicionales y reconocidas familias en el país en esto de tocar la marimba, los Nandayapa (que me perdonen los conocedores si no pude escribir correctamente su apellido, pero por ahí va) que grupal o individualmente han llevado este tradicional música a niveles de arte equiparable a la música culta, tal como se demostró en este día; de plano se necesita ser un aferrado descerebrado si no se reconoce la calidad de la música de este hombre. Después de esto, siguió un aburrídisimo show bailable al estilo Grease pero como queriéndolo contextualizar en los 50’s mexicanos, ya he dicho antes que soy bastante negado y hasta prejuicioso con las ondas que tienen que ver con el baile pero esto de plano si era chafa por lo pretencioso e inconexo, lo único disfrutable era escuchar los temas por si solos, y bueno reconocer el esfuerzo y dedicación de los chavitos que la hicieron de bailarines a pesar de lo alucinado de su coreógrafo (a).

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El plato fuerte era el magistral dúo formado por Betsy Pecanins y Cecilia Toussaint. En otros tiempos, allá por el 90, Cecilia Toussaint era para mi una musa inspiradora, soñaba con ella y me emocionaba casi hasta las lágrimas cuando la escuchaba y más aún cuando veía sus videos, especialmente unos que llegaban a pasar de vez en cuando en la televisión de una actuación que tuvo creo en el Zócalo capitalino: me ponía de a cien, el escucharla y verla cantar «La viuda negra» enfundada en jeans oscuros y camiseta blanca sin mangas, con su pelo largo cayéndole sobre el rostro mientras corría de un lado al otro del escenario. Fantaseaba con algún día verla en una actuación, acercármele poco a poco para entregarle un ramo de rosas y recibir de ella un beso que duraría en mi mente y en mi cuerpo para toda la eternidad, aunque muy probablemente acabaría desmayado a secas.

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Hoy pasado el tiempo, otra impresión y expectativa es la que tengo, y en ello ayudó bastante la fallida actuación que tuvo Cecilia en el zócalo en aquella jalada de Chela Lora llamada «Mexicanos al Grito de Rock», donde intentó modernizar malamente, para mi, sus temas tradicionales y acabó únicamente pudiendo tocar tres canciones antes de ser bajada por los cavernícolas seguidores de El Tri. Reconozco que mi punto de disfrute en cuanto a Cecilia era aquel año y no este, de nada me sirve hacer malabarismos mentales para hacer como que recupero parte de mis deudas del pasado asistiendo a alguno de sus conciertos cuando es claro que Cecilia simplemente ya no la interesa seguir en su papel de Viuda Negra Blusera y a mi tampoco me interesa que haga eso dado que sería grotesco y desfasado. Ahora veo a una Cecilia en una vitalidad madura y sutil, no aquélla rebelde y salvaje que hacía y decía lo que quería. Sigue siendo una de las artistas que más prefiero, pero ya no tengo ese fanatismo juvenil que me hacía idolatrarla, ahora la veo como la mujer luchona y activa que no está dispuesta a encasillarse y ser predecible, que tiene una voz privilegiada capaz de adaptarse a diferentes ritmos sin sonar forzada.

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En este sentido es lógico el encontrárnosla haciendo mancuerna con Betsy Pecanins, quien ya de plano ahora si se ve como una doña sofisticada, quien a pesar de todos sus años en el rol siempre ha estado en un perfil más suave y no tan problematizado como el de Cecilia. Betsy en toda su historia como cantante ha sido reconocida por la crítica especializada, por los músicos y por algunos conocedores de la buena música pero nunca ha sido reconocida por la gran masa, ¡qué raro¡, ¿no? Igual estoy equivocado dado que no soy tan conocedor de lo hecho por Betsy Pecanins, más la tengo asociada por el lado de Guillermo Briseño, pero en este trabajo conjunto con Cecilia siento que la que tuvo que acoplarse fue Cecilia, ya que los sonidos que armaron en conjunción con el ensamble que las acompañó son algo que se esperaría, o yo esperaría, de Betsy: ambientes sutiles, relajados, pausados, tenues, sin estridencias. Es un fondo propicio para una voz como la de Betsy que va más por tonos bajos, sin dejar la garra blusera, y que no patea tanto como la visceralidad y gruesez de Cecilia, quien no puede dejarla así sea una balada pop estándar. Pero bueno, eso justifica lo que comentaba previamente de que Cecilia tiene una gran capacidad de adaptación, ya que logra junto a Betsy una perfecta armonización de sus muy característicos estilos para logra un producto muy agradable de escucharse y hasta de verse dado su sincronía en el escenario dando muestras de madurez personal y musical. Creo que el ser reconocida como madura personal y musicalmente es lo que busca Cecilia para dejar atrás el camino ya hollado, a pesar de lo exitoso que haya sido, que en momentos puede ser un lastre muy pesado.

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