Está claro que nunca hay que generalizar de manera arbitraria, pero es indudable también de que lo único de lo que podemos hablar con mayor seguridad es de lo que se ha vivido (si así es, me estoy fusilando a John Locke). Es muy fácil a toro pasado decir misa (¡vaya combinación de ideas!), por ello no soy proclive a defenestrar a aquellos que no han vivido o aprendido lo mismo que yo; dedicarme a decir “¡tú que sabes, estás muy chavo!”, “¡gente ignorante!”, etc., me parece de las cosas más inútiles de la vida.
Al igual que otros tantos, pasé mi tiempo en licenciatura adquiriendo conocimientos de la forma más cachetona posible, dándomelas de rebelde y contestatario pero no produciendo nada que fuera más allá de criticar por criticar. Al final tomé lo que me dieron sin refinarlo, simplemente lo que no me interesaba lo desechaba (creo que un resabio de eso aún permanece).
Al momento de dar clases, hoy día reconozco que acabé haciendo en la práctica lo que criticaba de algunos de mis maestros: tomar las cosas como de librito, sin salirme del guión prescrito, claro, eso sí, clamando por la pobreza de dichos conocimientos a su vez, pero no agregando nada más. Poco a poco lo fui haciendo, pero tuve que llegar al punto de aceptar mis limitaciones; por supuesto la experiencia enseña, pero eso lo guía uno, hay otros tipos de conocimientos que forzosamente necesitas la asesoría de alguien con otra experiencia, y en nuestra profesión ello está más que demostrado. El continuo contacto con los alumnos fue el principal aliciente en lo que llamo vergüenza profesional, es decir, ¿cómo podría seguirles hablando a ellos de cosas que solo veía en los libros? Si, podría hacerlo, y muchos lo han hecho, lo siguen haciendo y lo seguirán haciendo, pero en mi caso fue insoportable, hasta que tomé una decisión.
De entre las nubes de recuerdos de la licenciatura, evoqué la experiencia con una querida maestra que me impartió Entrevista Clínica, o algo por el estilo, pero el punto principal es que daba su clase bajo un modelo, el sistémico, que para mí fue toda una revelación. Escuchar sus conceptos principales y especialmente ver en la práctica como lo aplicaba ella, me demostraron que esa era la línea que me gustaría seguir. Claro está que típico en mí, no le di continuidad al primer obstáculo que me distrajo. El caso es que decidí buscar una maestría que tuviera esa acentuación, y no tuve que buscar mucho ya que en UNAM la impartían, y eso es materia de un siguiente capítulo en esta tragicomedia.
Termino esta parte enfatizando algo que repito mucho a mis alumnos: más que formaciones buenas o malas en posgrado, hay necesidades, posibilidades e intereses en uno. En mi caso particular, un posgrado local no cumplía mis intereses y necesidades, y me era posible irme a uno foráneo con la invaluable ayuda de mí ahora esposa. No tuvo nada que ver con considerar malos a otros posgrados, o irme a UNAM porque “vale más”, esas son estupideces con las que no pierdo tiempo.